miércoles, 8 de agosto de 2012

El buque fantasma

  La leyenda habla de un bergantín condenado a errar por los mares del sur, a partir de que el capitán, un holandés, se empeñara en doblar el Cabo de Buena Esperanza en el transcurso de una terrible tormenta.
  Las referencias literarias son variadas, empezando por la novela homónima del Capitán Marryat (1839), donde una expedición comandada por el hijo del capitán holandés sale a explorar los mares en busca de aquel buque.
  Heinrich Heine, en sus Memorias del señor Schnabelewopski (1833), le dedica un capítulo, y es esta versión la que toma Richard Wagner para su ópera. Si el buque topa otro barco, arrían un bote en el se acercan unos marinos con un saco de cartas para que las remitan a sus familiares, algunos de los cuales, después de tantos años, han fallecido, recibiéndolas sus descendientes. Además cada siete años puede atracar en un puerto y su capitán (el holandés errante) buscar el amor de una mujer que le sea fiel hasta la muerte. Si lo consigue, la maldición terminará.
  A diferencia de las anteriores, donde la tripulación se entiende que permanece viva, aun condenada a ese dilatado vagabundear, la referencia de Edgar Allan Poe, en su novela Las Aventuras de Arthur Gordon Pym (1837), es a un buque infestado de cadáveres, de los que van picoteando las gaviotas. Elude toda explicación a la maldición que le envuelve: “es inútil tratar de hacer conjeturas donde todo está rodeado, y seguramente lo seguirá estando siempre, del más insondable y pavoroso misterio”. El Grampus, buque en el que viaja el protagonista, lo deja proseguir a la deriva.
  Juan Benet aprecia en Joseph Conrad al más marinero de los escritores de novelas del mar (La inspiración y el estilo), y resalta su desprecio sibilino al recurso fácil de lo sobrenatural, cuyo efectismo seduce, pero cae muy lejos de una fascinación más ajustada y versátil. Aquello es más propio de poetas del mar que poco han navegado y conocen de sus verdaderos entresijos y vicisitudes.
  Joseph Conrad eludió las referencias al buque fantasma, pero me pregunto, de haberlo hecho, cómo las hubiera sacado a colación. Si al estilo de Heine o Wagner con esa románticona posibilidad de redención respecto de un sacrilegio un tanto desconcertante (el empeño en doblar el cabo de Buena Esperanza en el trascurso de una tormenta). O al estilo de Poe, con una aparición tétrica y pavorosa, en el camino hacia el espectáculo de otras y más apabullantes fabulosas estampas de los mares inexplorados.
  Quizás lo más verídico y fascinante hubiera sido cantar la hazaña del capitán holandés de doblar el Cabo de Buena Esperanza, a pesar de la terrible tormenta. Porque ya tuvo mérito, en aquel entonces.

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