viernes, 15 de marzo de 2013

El juego de encontrarse



  En el juego de encontrarse, Oliveira y la Maga siempre tenían éxito. Quedaban en un barrio de París a determinada hora, sin precisar un punto concreto. Debían deambular y confiar en que el azar los pusiese en contacto. Cabía la posibilidad (el peligro) de que se pasasen así el día, sin encontrarse, solos, y entonces regresasen a sus casas enfurruñados, decepcionados. El éxito lo atribuía Oliveira a leyes probabilísticas imprecisas, que a la Maga no convencían; más bien a ella, a tenor de su condición supersticiosa, le acuciaba la fatalidad; un solo fracaso y se hubiera vuelto agorera e infeliz. Luego examinaban detenidamente todos sus pasos, el proceso telepático por el cual habían rectificado en determinados tramos, haciendo exitoso el avistamiento cuando ella doblaba una esquina o él cruzaba un semáforo.
  La teoría de la deriva situacionista precede a la novela Rayuela en una decena de años y pudiera arrojar luz al éxito de aquel juego. Según esta, examinando sobre un mapa psicogeográfico nuestra urbe, descubriríamos atractores hacia los que convergemos, debido a nuestra exigua capacidad de invención de variantes y al hábito. Si solo nos acomodamos al azar, como era aquel caso, no lograremos la ruptura psicogeográfica y nuestras referencias afectivas se asociarán a determinadas lugares en los que nos apoyaremos confiados para, inconscientemente, establecer un itinerario que acabará intersectando con el de alguien que nos sea familiar y coincidente y haya decidido orientarse de la misma manera. El estado mental que nos imbuye un paseo al azar por un barrio determinado (por grande que sea) difiere del que nos sume durante un paseo a la deriva, donde debemos activar nuestras capacidades de innovación y ruptura. Es en este caso cuando sí se presentarían serias dificultades para el reencuentro. Aplicando esta técnica al juego, Oliveira y la Maga rara vez se habrían topado y entonces ella, incapaz de vencer sus supersticiones, lo habría interpretado como una amenaza de la fatalidad y habría roto con él, en cuyo caso la novela no se habría escrito. O al menos, el capítulo 6.


 

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