jueves, 3 de mayo de 2012

Mosca del vinagre


  Quizás deberían instaurar un premio Nobel de medicina a las especies animales que han contribuido con su sacrificio a acrecentar el conocimiento y saber humanos. La primera concesión por la que me inclino sería la mosca del vinagre o mosca de la fruta o Droshophila Melanogaster.
  En tiempos del biólogo T.H. Morgan de la Universidad de Columbia, a principios del siglo XX, los cruzamientos de una mutante de ojos blancos con las de ojos rojos y el examen de los resultados en las dos generaciones sucesivas (incluyendo el cruce de la de ojos blancos con sus nietos), determinó la localización del gen responsable del color de los ojos, situándolo en el cromosoma sexual X, de los cuatro pares que posee. Confirmó a su vez la hipótesis de Walter Sutton sobre que los genes estaban localizados en los cromosomas.
  Años después un colaborador de T.H. Morgan, el biólogo H.J. Muller, aceleró con Rayos X la tasa de mutaciones en la Drosophila, variando otros caracteres como el tamaño de las alas, de las antenas, de las patas, y observando cómo se trasmitían en sucesivos cruzamientos. La conclusión fue el establecimiento de grupos de ligamento, es decir, grupos de genes que tienden a estar unidos al encontrarse en el mismo cromosoma. También estos experimentos derivaron en el concepto de recombinación, es decir, del intercambio de fragmentos de cromosomas homólogos durante el emparejamiento en el trascurso de la división celular. Y A.H. Sturtevant, comparando porcentajes de las recombinaciones, obtuvo la distancia entre sí de los distintos genes, elaborando los primeros mapas de cromosomas.
  La mosca del vinagre no ha interrumpido su sacrificada contribución al saber humano (vive escasamente dos semanas, hablamos pues de más de dos mil generaciones desde aquellos primeros años), en particular en el estudio de enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson, el síndrome de Huntington, ataxia espinocerebelosa, Alzheimer, distrofia miotónica…, lo cual lo ha propiciado el que el 75 % de nuestro genoma vinculado a dichas enfermedades tenga su homólogo en el genoma de la Drosophila.
  La contribución más reciente sigue la línea de la publicación en el año 2006 en la revista Nature de un artículo a cargo del profesor de Neurobiología y Fisiología de la Universidad del Noroeste, en Evanston (Illinois, USA), Ravi Allada, en donde demostraba las similitudes de las dos especies con respecto al sueño. Ambas lo usamos para consolidar lo aprendido durante el día, para guardarlo en la memoria. La región cerebral encargada del control del sueño está íntimamente ligada en ambos casos con la del aprendizaje y la memorización.
  Además hay en común que si su descanso nocturno no llega a las diez horas, necesita reponerlo durmiendo más. Y si por cualquier causa el sueño es interrumpido abruptamente, debido entonces a la alteración imprevista de la actividad eléctrica de baja frecuencia en que se mantiene el cerebro durante dicho lapso, parecen como atontadas. Al igual que los humanos, que como nos corten el sueño nos despertamos aturdidos y de muy mala leche.



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