Una
nínfula, según Vladimir Nabokov, es una muchacha entre doce y
catorce años, que además ha de estar dotada de (valga la
redundancia) una naturaleza nínfica,
la cual le confiere un insidioso encanto, una gracia letal, una
atracción demoníaca. No solo ella ignora su fantástico poder, sino
que es inidentificable para el hombre vulgar como no sea un artista
infinitamente melancólico con veneno en las entrañas y sutil
voluptuosidad en el espinazo. Ha de haber una brecha de tiempo entre
ellos, de unos diez a treinta años, necesaria para el perfecto
ajuste focal que brinda la intrascendente y modélica experiencia de
una vida sin acicates. Hay ejemplos contrastables dignos de atención
como la Beatriz de Dante, la Leonor de Machado, la Laura de Petrarca,
la Virginia de Poe.
Por
descontado Dolores Haze (Lolita) lo es para el profesor Humbert, de
donde deviene la historia de dos años de apasionada relación,
interrumpidos por tres de ausencia. Al reencontrarla con 17 años,
apenas adivina trazos de la nínfula que había sido, y sin embargo
su amor es tan manifiesto, preclaro y radical, que le propone
reanudar la vida juntos, incluido el niño que se gesta en sus
entrañas.
En
otros dos libros presumo la localización de otra nínfula y un
fáunulo, el equivalente masculino. El precedente del profesor
Humbert se halla en Annabel, una novia de pubertad que murió de
tifus, constituyendo Lolita la recuperación y superación de
aquellos dulces y traviesos episodios, cosa que no se barrunta en
Gustav Aschenbach (Muerte en Venecia) ni en el Chino del Norte (el
Amante), si bien se prevé que haya podido ocurrirles como a
cualquiera que anticipa las agridulces ensoñaciones del amor
incipiente.
La
invitación a evolucionar hacia sendas prohibidas es clara en todos
los casos. El beso que propina Lolita al profesor Humbert después de
subir arrebatadoramente las escaleras de la casa en Ramsdale antes de
ingresar en un campamento de verano, encuentra su parangón en el
beso que estampa la Niña en el cristal de la limusine del Chino en
las proximidades del liceo Chasseloup-Laubat o la sonrisa diabólica
que dirige Tadzio a Gustav en el salón del Hotel los Baños. Es la
señal propicia que revela su inmersión en los tanteos programados
por la alquimia hormonal de la naturaleza, no solo disponibles para
chicos de sus mismas edades, sino para aquellos atractivos personajes
ya maduros que les anhelan desde su efusión callada y experta.
Lolita
regresa del campamento con la pérdida de la virginidad concertada en
los bosques con Charlie, la Niña ha inducido unos remedos
acariciadores en Thanh y Tadzio permite besarse sucintamente por
Joshua durante los retozos playeros, lo que no estorba para que
definitivamente se imponga el vínculo fabuloso y subyugador en un
hotel de carretera en el primer caso y en un apartamento del Cholen
en Saigón en el segundo. El caso más genuinamente espiritual (en
principio) de Gustav hace que aquí nunca ocurra o bien quede
encajado en la misma muerte inesperada y confusa a pie de playa
después de que Tadzio riña y se desembarace de Joshua.
La
naturaleza ambigua y sujeta a desconcertantes caprichos de la nínfula
o el fáunulo no se disipa porque se ratifique la relación con la
anuencia a proseguirla emprendiendo un viaje por los hoteles de
Cincinnati, la reiteración de los encuentros en el apartamento del
Cholen o la persecución por las calles de una Venecia diezmada por
la peste. Más bien acrece la experiencia del enamorado imbuyéndole
raptos de gozo celestial junto a otros de infernal angustia. La
explotación de su poder ha de permitirla (regalos, dinero...) para
perpetuar su gracia y voluptuosidad, si bien, irremediablemente, será
insuficiente y se verá abocado a perderla en cuanto se impongan los
desquites del destino o los goznes de la edad giren un poco más y
recrudezcan su desfase. Lolita escapará con un director de teatro,
el Chino se casará con una igual para obedecer la tradición y
Gustav Aschenbach no solo no verá ejecutarse su sueño de que la
epidemia asole Venecia y queden los dos solos sino que la apoteosis
de su conquista es abortada por la muerte.
Nunca es tarde para empezar a ser niño/a
ResponderEliminarOjalá ser fáunulo
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