lunes, 29 de abril de 2013

Lentes y espermatozoides



 A su muerte en 1723, el precursor de la microbiología, el holandés Anton van Leeuwenhoek, se llevó consigo el secreto de la confección de sus poderosas lentes, con las cuales había construido potentes microscopios y había impresionado a visitantes de lujo como la reina María II de Inglaterra o el zar de Rusia Pedro el Grande. Es extraño que no delegara en nadie el método de fabricación de las mismas, parecía en contradicción con su generosidad y amor por la ciencia, lo que se tradujo en el regalo de muchos de sus microscopios, veintiséis de ellos a la Royal Society, y en las cartas remitidas con minuciosas y variadas observaciones a esta misma sociedad científica.
  Este secretismo provocó un retraso de varias décadas en la continuación de las observaciones y, por tanto, en el avance de aquella nueva disciplina científica, hasta el siglo XIX en que se perfeccionaría el microscopio compuesto. Es posible que previera el mal uso que pudiera hacerse de una producción indiscriminada, como ocurrió con el negligente manejo de sus numerosos microscopios donados, muchos de los cuales o bien se extraviaron, o bien se vendieron en subasta a pujadores anónimos.
  También puede que prefiriese retrasar el futuro descubrimiento de nuevos animálculos (como él mismo definió) que acaso desviarían prematuramente de una correcta línea de investigación. Por ejemplo, más allá del hallazgo de los espermatozoides, quizás viera a un director de cine o a un chirigotero gaditano disfrazado de ellos, y ello le inspirase desconfianza.

 
Anton van Leeuwenhoek

Todo lo que usted quería saber sobre el sexo

Los que salimos por gusto

No hay comentarios:

Publicar un comentario