lunes, 20 de mayo de 2013

La lápida equivocada



  El escritor sanluqueño Ricardo Álamo, en su libro de microrrelatos Imaginarium, cuenta, en el que titula El mandato, el periplo del protagonista que obedece el mandato de alcanzar una meta. Atraviesa campos, villas, salva todo tipo de escollos, de obstáculos, de reveses, empeñando todo su esfuerzo y tesón. Pasan los años y no decae, prosigue, imbatible, hasta hacerse viejo y alcanzar exhausto, por fin, arrodillándose, la lápida que lleva su nombre inscrito. Tal, la meta.
  Cabe tomar el microrrelato como una metáfora que a todos concierne, sin que sugiera necesariamente lo vano de tamaño esfuerzo, sino más bien, por la volición empeñada, un premio y merecimiento que nos está prescrito. Y no puede ser que a nadie se le niegue por quedar a mitad de camino, pues donde quede, será también meta, aunque su afán haya sido más o menos intenso y apetecido.
  Lo malo, después de todo, será encontrarse que la lápida no sea la de uno, o que, siéndola, muestre equivocada la inscripción que había previsto. Por eso digo yo qué habría pensado el matemático suizo Jacob Bernoulli (1654-1705) al topar un error mayúsculo en la suya, pues, junto a la inscripción Eadem mutata resurgo ("Mutante y permanente, vuelvo a resurgir siendo el mismo"), los canteros no tallaron la espiral logarítmica que él había pedido, sino una espiral de Arquímedes.

Tumba de Bernuilli. Espiral al pie.

Espiral de Arquímedes

Espiral logarítmica

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