El escritor sanluqueño Ricardo Álamo, en su libro de microrrelatos Imaginarium, cuenta, en el que titula El mandato, el periplo del protagonista
que obedece el mandato de alcanzar una meta. Atraviesa campos, villas, salva
todo tipo de escollos, de obstáculos, de reveses, empeñando todo su esfuerzo y
tesón. Pasan los años y no decae, prosigue, imbatible, hasta hacerse viejo y alcanzar
exhausto, por fin, arrodillándose, la lápida que lleva su nombre inscrito. Tal,
la meta.
Cabe tomar el microrrelato como una metáfora que a todos concierne, sin
que sugiera necesariamente lo vano de tamaño esfuerzo, sino más bien, por la volición
empeñada, un premio y merecimiento que nos está prescrito. Y no puede ser que a
nadie se le niegue por quedar a mitad de camino, pues donde quede, será también
meta, aunque su afán haya sido más o menos intenso y apetecido.
Lo malo,
después de todo, será encontrarse que la lápida no sea la de uno, o que, siéndola,
muestre equivocada la inscripción que había previsto. Por eso digo yo qué
habría pensado el matemático suizo Jacob Bernoulli (1654-1705) al topar un
error mayúsculo en la suya, pues, junto a la inscripción Eadem mutata
resurgo ("Mutante y permanente, vuelvo a resurgir siendo el
mismo"), los canteros no tallaron la espiral logarítmica que él había
pedido, sino una espiral de Arquímedes.
Tumba de Bernuilli. Espiral al pie. |
Espiral de Arquímedes |
Espiral logarítmica |
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