El
psicólogo Carl G. Jung habló de la necesidad de enfrentarse a la sombra,
término que refiere la parte inferior de la personalidad, sumergida en el
inconsciente personal. Enfrentarse a ella significa reconocerla,
interiorizarla, facilitarle su propia realización, su cobertura en el ámbito
adecuado. Es una parte viviente de la personalidad que quiere ser vivida, no
rechazada, ni esquivada, ni reprimida. El autoengaño ha servido siempre para
quedarnos con la parte consciente que nos habilita una imagen adecuada,
correcta, útil, aparentemente equilibrada, que es la que capta el otro, en su
discreción y conformidad para avenirse con su propia negación o ignorancia de
la sombra. Ella no tiene por qué reunir factores desazonadores o desequilibrantes,
lo serán si no se canaliza adecuadamente, si no se asimila, si no se integra en
la conciencia. Negarla es un error, pues no sabríamos a qué obedecen actos
inconscientes, raptos obsesivos o neurosis pasajeras que pudieran desencadenar
una patología. La confrontación con ella, es decir, con la parte inferior
reprimida, defenestrada, originada por unos instintos o arquetipos heredados,
que, por el procedimiento que sea, logramos desentrañar y trasladar al lado
consciente, comporta un problema ético importante. Es difícil dilucidar la
conveniencia de atenerse a unas reglas que impongan bien unas limitaciones,
bien un régimen de permisividad que, a la sazón, pudiera conmocionar el propio
entorno, al hacerse bruscamente visible. Pero una buena regulación es necesaria
y a la larga beneficiosa, conforme con que la realización de la sombra nos hará
mejores personas, más humanas, más libres. La pregunta es en qué medida acusa
un descontrolado auge por la desproporcionada navegación internáutica y si es dable
su realización abandonándola por los vericuetos señalados por las nuevas
tecnologías.
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