miércoles, 31 de julio de 2013

Pan burocrático



  Después de una extenuante mañana de papeleo administrativo me queda la sensación de que lo más provechoso que he hecho después de tanto trajín ha sido comprar el pan.

  Por lo menos en la panadería sólo me han pedido: dni, padrón histórico, carné de manipulador de alimentos, comprobante de la última revisión bucal, no haber padecido disquinesia ciliar o síndrome de Kartagener, informe de la Universidad de Arizona del nivel bacteriano de mi teclado de ordenador y, si procede, el formulario de solicitud de ayuda a la Junta de Andalucía para sufragar el gasto.

  Y cuidado que no me pite al salir.



miércoles, 24 de julio de 2013

Catástrofe en Cádiz



  La pintura de Cádiz del artista Ricardo Galán Urréjola demuestra la previsión de una catástrofe sobre la ciudad, si nos fijamos en ese cielo turbulento, sombrío, nada halagüeño. Podría ser una tormenta, o peor, un tsunami, cuya probabilidad de ocurrencia ha sido estimada entre otros por el profesor Álvarez de Geodinámica de la UCM, investigador del proyecto Transfer...

 En caso de un cataclismo así, me planteo dónde me gustaría que me pillara: en la Torre Tavira, en el Pirulí, sacando dinero del Cajero de la Avenida, visitando la tumba de Falla en la Catedral, devolviendo un libro de la Biblioteca, haciendo bicicleta por Arcos de la Frontera, tomándome un café en el Liba de la calle Ancha o haciendo el amor en la Caleta con la duquesa de Devonshire.


jueves, 18 de julio de 2013

La maleta de "el otro"

¿A quién le robaron la maleta que inspiró el poema de José Agustín Goytisolo? ¿A Hans Magnus Enzensberger o a "el otro"?


Poema A Hans Magnus le roban la maleta.
De José Agustín Goytisolo.

Entre algún libro y varios folletos y revistas
y el aviso de pago de una letra
ayer llegó la carta desde Berlín Oeste
trajo malas noticias de Enzensberger
y mi mujer y yo nos quedamos pensando
en los días que estuvo en Barcelona
cuando nos dijo que le acompañáramos
pues quería comprarse una maleta.

Eso de andar rodando por tiendas y almacenes
siempre me resultó desagradable
pero dijo maleta y fue como si todo su futuro
dependiese de que él pudiera andar
en compañía siempre de una bella muchacha
que guardara con mimo sus papeles
apilando sus sweaters pantalones y blusas
por todos los hoteles y lugares del mundo.

Lo mejor es pensar quién entiende o es técnico
en cuestiones como ésta delicadas de suyo
nos dijo mi mujer y Hans y yo asentimos
y al fin se decidió que mi cuñado era
un hombre de experiencia pues ha viajado mucho
y comprende y conoce todas las cualidades
que deben adornar a una buena maleta
y sabe de ocasiones y júbilos y ofertas.

Así ocurrió que fuimos los tres donde el cuñado
y estuvimos hablando buen rato y discutiendo
el modo de actuar y recuerdo que Hans
estaba tan nervioso como quien busca piso
y al fin salimos todos y yo aparqué en Las Ramblas
y en la primera tienda los encontré dudando
anduvimos a otra y a otra y regresamos
y ya no hubo más dudas: en la primera tienda.

Estaba allí esperando con su piel de azabache
y Hans la alzó despacio acarició sus cierres
era por dentro roja como cereza oscura
luego se comprobaron las asas y refuerzos
y vimos que asentía y el cuñado entró en fuego
hasta que la encargada rebajó unas pesetas
y la maleta y Hans ya no se separaron
volaban en un jet al cabo de unos días.

Mas la carta de ayer nos cuenta que en París
no sabe si en un bar o en el hall del hotel
alguien se la quitó y ni la policía
ni el conserje ni nadie pudo darle una pista
así que tuvo que irse como un viudo a Alemania
desde donde escribía y explicaba otras cosas
que mi mujer y yo jamás recordaremos
pues estamos tan solo pensando en la maleta.





Poema el otro
De Hans Magnus Enzensberger.


él ríe
está preocupado
expone bajo el cielo mi cara y mis cabellos
hace salir palabras de mi boca
tiene dinero y miedo y pasaporte
y riñe y ama
y se mueve
y lucha

pero no yo
que soy el otro
el que no se ríe
el que no tiene cara que exponer al cielo
ni palabras en la boca
a quien desconozco y es un desconocido de sí mismo
no yo: el otro: siempre el otro
que no gana ni pierde
que no está preocupado
i ni se mueve nunca

el otro
que se es indiferente
de quien no sé nada
a quien nadie conoce
ni me conmueve
ese soy yo.




martes, 16 de julio de 2013

Quiero amor



  Es la conclusión que en su debate interior saca Marianne, la protagonista del relato de Anna Gavalda The Opel Touch. Paseaba en ese momento por un parque y divisaba a las parejas acarameladas en los bancos y bajo los árboles, se negaba a sí misma que las mirara con envidia, ¿envidia yo?, "ellos" solo buscan dar curso a su peregrino deseo. ¿Seguro?... Pues sí; sí que las envidiaba.

  Después de la semana de trabajo, sale en fin de semana con las amigas al Milton, un bar de vaqueros. Al apartarse del grupo y acercarse a la barra le entra uno al que enseguida apoda, con humor festivo y burlón, Buffallo Bill, y no se equivoca pues sus intenciones y zafiedad las detecta al punto para acabar dándole un corte y despedirlo. El lugar y la intencionalidad superflua de ligar por que sí, con prolegómenos tópicos que encaminan a cumplimentar solo el deseo, el apetito sexual descarado, le repele y le urge marcharse. Se despide de las amigas y telefonea a la hermana para que venga a recogerla en coche. En casa de esta su cuñado y los sobrinos duermen, y ella se sincera en una charla de cocina, a pesar de las desastrosas cualidades de psicóloga de aquella: se siente como si en su corazón hubiera una enorme bolsa vacía, clamando ser llenada.

  Un corazón sin duda exquisito, nada vulgar como el de su jefa, la gerente del almacén de ropa donde trabaja, el Pramod, con quien riñe frecuentemente. Un corazón que, precisamente por distar de ser vulgar, por ser sensible y exquisito, y mantenerse incólume gracias a su altivez y su mordacidad para con los burdos comportamientos masculinos apegados a tópicos animalescos, adolece de una bolsa vacía mucho más grande de lo usual, que solo un amor a la medida podrá colmar.



  ¿Quiero amor? Ahora cabe planteárselo como pregunta dirigida a otro personaje cuyo corazón no va a la zaga del de Marianne. Es Valentina, la protagonista del relato de Julio Cortázar La barca o Nueva visita a Venecia. Es de Buenos Aires y está de viaje turístico por Italia con su amiga Dora para reponerse de su reciente divorcio y reencontrar su camino vital. Eventualmente conoce a un chico, Adriano, de Osborno, también haciendo turismo, por el que siente atracción y con el que se acuesta en su habitación de hotel en Roma. El sabor de la aventura y el placer carnal proseguirá en Florencia tres días después, adonde habían pactado reencontrarse, siguiendo sus itinerarios. En este segundo encuentro se dilucidan los sentimientos de cada cual, por un lado, Adriano, habituado a relaciones esporádicas en las que la prontitud del acto sexual evita el período de cacería mental necesario para el enamoramiento, halla en ella, inesperadamente, la excepción a esta regla, acaso por no habérsela entregado con el histerismo e ineptitud de las otras; por otro lado, Valentina, aunque encuentra el placer y la saciedad de su cuerpo, la pasión está hueca, el vacío de su espíritu es correlativo, no quedando simultáneamente satisfecho; es decir, la bolsa vacía que habita su corazón no vulgar, sigue vacía como la de Marianne.

  Por tanto, cuando Adriano se le declara, cuando destapa su enamoramiento, sin pensar que tenga que haber una desposesión, un desprendimiento ulterior, cuando acaben las respectivas rutas turísticas, Valentina se siente muy distante, ajena, y además, repentinamente afectada por la intromisión de este nuevo factor: el enamoramiento. La dicha experimentada en Roma estribaba en un impulso atractivo que comportaba el "no tener que pensar" precisamente en esto, al adscribirse a una aventura sin amarras, sin análisis moral ni lógico, ni visos de seriedad. Lo fundamental, cuando antaño insertó este sentimiento en su vida, había fracasado, dejándolo hecho trizas al otro lado del mar: el divorcio. Por eso se marcha sola a Venecia, siguiente punto de su itinerario turístico, advirtiéndoselo solo a Dora.

  En su huída de Adriano, de facilitarle alguna expectativa al respecto o de la propia tentación de sucumbir a un enamoramiento parecido, cosa del todo inconveniente y fastidiosa, se recrea en un paseo en góndola, surcando los canales. De pronto presta atención al gondolero, hasta ese momento una presencia invisible pero viva a sus espaldas, que la conduce con serenidad y pericia. Le pide mostrarle un sitio original donde comer, no mancillado por los turistas, y él la lleva a su casa. Vacila ante esta excitante intromisión en la intimidad de alguien ajeno y vivo a la vez, que disipa la sombra de su pesadumbre y su aburrimiento. Cuando acaba el almuerzo pretende marchar, pero ya el gondolero no la deja. Ella se relaja y le deja hacer: el acto resulto brusco, aparatoso, turbador, grotesco. Pero lo disfruta. Y además: no hay ningún peligro de enamoramiento recíproco. ¡Qué libertad!

  De manera que repetirá visita al gondolero. Y cuando ya Dora se le haya sumado a la visita a Venecia, y Adriano aparezca para reprocharle su marcha sin despedida, desdeñando su declaración de amor, lo tendrá más claro. No hay ninguna posibilidad al respecto. Lo conduce hasta un puente cerca de la Fundamenta Nuove y allí, solos, contemplando el tránsito de una góndola funeraria, se lo aclara sin miramientos, desentendiéndose de la resistencia de él a desprenderse de la voluptuosidad que le causa un sufrimiento amoroso inútil.

  Valentina, por tanto, no quiere amor. Al menos, no el de Adriano, o uno parecido que le retrotraiga a una planificación vital parecida a la que ya le condujo al fracaso y que le ha dejado con la bolsa interior de su corazón más vacía, resentida y escéptica.



  El que la cohabitación comporte un cierto llenado de la bolsa interior complementario a las sutiles variaciones no carnales del amor solo puede responderlo una mujer avezada como Maya, vecina de András, el protagonista de En brazos de la mujer madura de Stephen Vizinczey. Hace tiempo que la visita a su casa, estando o no el marido, con la excusa de llevarse para leer algunos libros de su biblioteca. La intimidad entre ellos se va forjando a intervalos. András ha desechado hacerse un hombre con las chicas de su edad, por inexpertas y ridículas, a la hora de la verdad, y Maya le parece idónea. El día que se decide y ocurre, porque ella también ha sabido encaminarlo, experimenta, gracias a que se lo sabe trasmitir y así asalta su comprensión, que el orgasmo no es la masturbación interna de dos desconocidos en una misma cama, sino la consumación de la unión de dos almas, prologada por ese conocimiento y cariño previo. ¿Y qué pasa con el marido? Maya le explica que algún día descubrirá, y tal es lo que confunde a la gente, que se puede querer a más de una persona a la vez. Por eso no se separa, y se permite esta relación, como le permite al marido las suyas. Le advierte además que él mismo se percatará de ello y lo descubrirá un día por sí solo. Durante un tiempo prolongado András la sigue visitando y descubriendo las excelencias del amor que lleva aparejado este sentimiento de complicidad y hondo cariño y además no le deja la sensación de un vacío espiritual ulterior que desvirtuaría la significación del acto.

  Pero será verdad que el corazón de András evolucione no sin el desconocimiento de Maya, quien, irremisiblemente, como había previsto, le permite seguir el curso de sus experiencias. Y la que sigue es la del enamoramiento de Ilona, la novia de uno de sus profesores de Universidad. Ella alimenta su coqueteo y posibilidades, o más bien, él se autoengaña interpretando siempre, incluso los gestos más desdeñosos y cínicos, a favor de un resquicio por donde debilitarla y ganársela. Incluso cuando se casa con el profesor no pierde la esperanza de que llegue el momento en que desee aparcar la prosa insípida del matrimonio, propiciada por el aburrimiento y la desilusión, por la alegre y novedosa de la aventura. Pero es inútil. Pasan hasta dos años en los que vive en un permanente enamoramiento sin resultado, salvo porque le abstrae de las preocupaciones generadas por las revueltas de esos años en Budapest.

  Entonces se le cruza Zsuzsa, menos atractiva que Ilona pero más avezada, y, desmoronando sus remordimientos por la infidelidad en que va a incurrir, se deja vencer. El enamoramiento se disipa no solo por este vencimiento, sino porque Zsuzsa conforma en él un retrato más real de su identidad, lo cual, sin ser amor, es razón que contribuye a embuchar alimento a la bolsa vacía del corazón, del corazón no vulgar.



  En resumen, Marianne quiere amor, Valentina huye de él y Maya aduce su complementariedad con otras relaciones. András, de momento, reconoce su diferenciación, haya o no implícito sexo.

jueves, 11 de julio de 2013

Puntos negros



¿Qué son esos puntos negros que a menudo vemos en las aceras: carcinoma de losa, pústulas de manto tectónico, estreptococos tipo B, garras de Arqueópterix noctámbulo, chicles aplastados y ennegrecidos según han sido tirados y pisados por desalmados transeúntes o huellas dejadas adrede por alguien para que las sigamos a ver a qué misterios nos conducen? 




jueves, 4 de julio de 2013

El filósofo de los lavabos



  De los 110 minutos de duración de la legendaria película Gilda, apenas 10 minutos suma la aparición en escena de un personaje secundario crucial, llamado simpáticamente Tío Pío. Es el filósofo de los lavabos.

  El tránsito de tanto personaje sofisticado por el casino clandestino de Buenos Aires es digno de su estudio y observación. Nadie se fija en su prosaica dedicación a recoger colillas del suelo, mantener la limpieza de los lavabos, cepillar la caspa de la chaqueta de los caballeros, etc. Cataloga a unos y otros, hace conjeturas, ensaya máximas y reflexiones, saca conclusiones, vaticina desenlaces.

  A Johnny Farrell, que ha prosperado hasta convertirse en director del casino y en hombre de confianza del dueño, Ballin Mundson, califica cínica e invariablemente de “paleto”. A Gilda, esposa de Ballin Mundson desde el mismo día en que este la conoció, pues así opera un millonario: lo que quiere, lo compra, la llama “la guapísima”, y entiende que al ser norteamericana, joven y bella, como Johnny Farrell, el entretenimiento estará servido. Además: “En los lavabos se oyen toda clase de chismes.”

  A Gilda le cae inmediatamente simpático nada más acercársele y comentarle: “Entre tanta gente se siente uno solo”. Y diagnosticarle: “Usted fuma mucho. Y fumar lo provoca la frustración y esta la origina la soledad.” Ella dice que van a ser buenos amigos, y en efecto, lo serán, al convertirse en discreto compañero y afectuoso testigo de los avatares amorosos en que se verá metida. Tío Pío es el único que la acompaña cuando canta a la guitarra Put The Blame on Mame. Ella espera a que Johnny Farrell aparezca para devolver la “ropa sucia” a su dueño, Ballin Mundson.

  Cuando Tío Pío calza los zapatos a Johnny Farrell, le comenta: “Este es un punto de vista muy revelador. Es el punto de vista del gusano. El más certero.” Sin duda interpreta bien sus sentimientos respecto a Gilda, removiéndolos, lo cual a él molesta y encrespa, pues pretende ajustarse a su cometido de director del casino y a tratarla a ella como la esposa del dueño. Es un privilegiado testigo de esta procelosa relación amor-odio. En la fiesta de disfraces, la fiesta organizada por la “guapísima”, le pica con la oferta de dos posibilidades para él: Una cabeza de toro o una de payaso, a incorporar al disfraz que ya de por sí detenta, debajo del cual habita el “paleto”.

  El casino es cerrado por la policía, incapaz de destapar el monopolio en la venta de tungsteno para el que sirve de tapadera. Tío Pío ofrece una copita de ambrosía a Gilda, digna de una diosa. Ella comenta: “Qué solitario está todo”. “Las cosas malas siempre acaban en soledad”- comenta él. “Sí; ya lo sé; pero reserve sus filosofías para otro momento” –le corta Gilda. Aparece entonces Johnny Farrell para pedirle perdón y acompañarle en su marcha a América.

  La reconciliación de los amantes parece que puede verse abortada al irrumpir “resucitado” Ballin Mundson, decidido a matarlos, que había simulado su propia muerte para protegerse de la policía. Tío Pío, el filósofo de los lavabos, deja entonces de tener un papel periférico y teorizador y lo mata aprovechando que ha descuidado su característico bastón con la cuchilla automática oculta. Es la culminación de su trascendencia en esta historia, a pesar de su discreto papel.

  No es un narrador u observador omnisciente, como tampoco lo es, aunque lo pretenda, la voz en off de Johnny Farrell, que es quien inicia la historia y quien la comenta en los momentos de esplendor o en los más desgarradores. Es un punto de vista que camina tangencialmente a la historia y que al espectador sirve de apoyo para relativizar la tensión de los sucesos. Es el periscopio que vislumbra la infelicidad de quienes asoman por el casino deseosos de encontrar en el dinero la solución en sus vidas. El que se ha acomodado a la sencillez de su existencia, y la ha convertido en una fórmula para interpretar el sinsentido de la de los demás, y acaso, en una discreta y crucial catapulta que intervendrá en el momento más necesario en que sus amigos corran peligro.
























martes, 25 de junio de 2013

La duda de Blaise



  La siguiente frase es atribuida a Blaise Pascal: "Aquel que duda y no investiga, se torna no sólo infeliz, sino también injusto." La ausencia del contexto y la introducción de la palabra “investiga” hace encajarla en el ámbito de las ciencias, aunque también sirva como máxima generalizada para otras situaciones de “duda” que se nos puedan presentar en la vida.

  Blaise Pascal era matemático y físico, pero esta frase aparece en sus “Pensamientos”, en su condición de filósofo cristiano. Recopilados en más de mil puntos, tenían por objeto servirle para un futuro libro que sería una apología de la religión cristiana; la muerte le impidió escribirlo. El repaso de dichos puntos no deja lugar a dudas. Incluso la famosa frase: “El corazón tiene sus razones que la razón no conoce”, se refiere a las razones para creer y amar al ser universal, a Dios, como se comprende en la continuación de la lectura del punto 423, donde se incluye.

  La frase "Aquel que duda y no investiga, se torna no sólo infeliz, sino también injusto" es errónea y malinterpretada. Está incluida en el punto 821, que contiene a su vez varios apartados. Es necesario revisar el anterior para la comprensión de la frase, que más o menos viene a decir que somos seres desgraciados si nos alejamos del conocimiento de Dios. A continuación, el siguiente punto expone: “Es por lo tanto una desgracia dudar, pero es un deber ineludible buscar en la duda y así, aquel que duda y no busca es al mismo tiempo desgraciado e injusto; y si es además alegre y presuntuoso no tengo palabras para calificar a tan extravagante criatura.”

  La palabra “investiga” no aparece, y sí “busca”. Y en vez de “infeliz”, usa “desgraciado”. Por tanto, lo que quiere decir es que siendo una desgracia dudar de Dios, puestos a dudar hay que buscarlo en la duda, siendo inapelable resolverla encontrándolo a El, si no queremos ser desgraciados e injustos.

  A Blaise Pascal no le gustaba la filosofía de Descartes, y a tenor de que duda metódica no le condujo a la inapelable confirmación de Dios, debía ser para él desgraciado e injusto. La siguiente reflexión está también recogida en sus “Pensamientos” (punto 1001):  No puedo perdonar a Descartes: hubiera querido, en toda la filosofía, poder prescindir de Dios; pero no ha podido evitar, para poner el mundo en movimiento, hacer que le diese un capirotazo; después de esto ya no necesita a Dios para nada.”

  Descartes, en el proceso de aplicación de la duda metódica hacia el encuentro con una certeza absoluta pasó por la hipótesis del genio maligno que sería un dios que nos obliga a engañarnos sistemáticamente respecto a cómo está concebida la naturaleza a nuestro alrededor.

  Luego desembocará en su famoso cogito ergo sum, extraído de su obra “Discurso del método”: “…mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto existo era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando.”

  La duda de Kreutzer que surge en este punto, proyectando la duda metódica cartesiana sobre los planteamientos pascalinos, es si no cabría concluir que Dios existía porque Blaise Pascal pensaba constantemente en Él. Esto es: Pienso en Él, luego existe. Dejar de pensarlo significaría a su vez, privarlo de existencia. Además quedaría resuelta la duda, y ya no seríamos desgraciados e injustos.